¿Por qué en España nos cuesta tanto arriesgar con respecto a otros países de la unión Europea? Remontándonos a los inicios de la archiconocida crisis financiera allá por el 2008 comenzó la denominada guerra del pasivo, ciclo de aproximadamente un lustro dominado por los altos tipos de interés pagados por los depósitos bancarios, era habitual que algún conocido o familiar tuviera depósitos con rentabilidades por encima del 4% a un año “sin riesgo”. A mi juicio, esto contradice el binomio rentabilidad-riesgo, norma financiera en la cual siempre y repito siempre, debe cumplirse la máxima de a mayor rentabilidad mayor riesgo y viceversa. Los depósitos no tienen el mismo riesgo que la bolsa, estamos de acuerdo, pero sigue habiendo riesgo, bajo, pero lo hay. Puede quebrar el banco o incluso el estado español pero lo que no es sostenible, financieramente hablando, es el alto tipo de interés abonado por los depósitos durante la crisis. La razón se explica por la elevada incertidumbre que atravesaba España ante una posible salida del euro con la prima de riesgo cotizando en máximos históricos. Bajo este escenario de riesgo, no es de extrañar que todos los inversores exigiéramos mayor rentabilidad a todo tipo de activos.
Este hecho provocó la necesidad de establecer una estructura generalizada que midiera el riesgo asumido por el pequeño inversor. El 5 de noviembre de 2015 se publicó en el BOE la Orden ECC/2316/2015, que establece una clasificación de los productos financieros en función del riesgo y entró en vigor en febrero de 2016. Esta categorización se realiza de una forma similar al de las certificaciones energéticas, a modo de semáforo.
De esta forma, el pequeño inversor con unos conocimientos mínimos podrá entender de una forma más simple qué tipo de riesgo asume al realizar una inversión. Podríamos decir que la preocupación por el riesgo a la hora de invertir ha cambiado la situación actual considerablemente, las medidas de estímulo por parte del BCE parecen estar incentivando el empleo, los datos macroeconómicos y los resultados empresariales. Muy sencillo, había más riesgo del que hay hoy.
Basándonos en los tipos actuales aplicados por el BCE, no podemos hacer más que presagiar una irremediable caída de la rentabilidad del depósito de mi tía Juana. Por tanto, mi tía deberá asumir que ese depósito que antes pagaba un 4% sin preocupaciones, pagará cada vez menos y se acercará a cero. En España el inversor conservador destina aproximadamente el 47% de su ahorro a plazos fijos mientras que Europa se sitúa en el 33% y en USA el 15%. Ante esta situación no es de extrañar que España se encuentre a la cabeza europea de la inversión en activos de bajo riesgo. En consecuencia, se está produciendo un cambio de mentalidad en el inversor español que está provocando un trasvase de su ahorro en depósitos hacia la inversión en fondos.
Diariamente me encuentro con inversores que creen tener sus ahorros invertidos en el depósito “de siempre” pero la realidad es bien distinta, volvemos a los errores del pasado. Por desgracia, en la sociedad actual la formación financiera ocupa los puestos residuales en la escala educacional y por ello basamos nuestras decisiones en la rama sentimental y no en la racional. Nos dejamos llevar por la confianza y en muchos casos “nos sale rana”, por ello invito a todos los inversores a que lean, se informen y estudien sobre los activos financieros que tienen en cartera.
Es importante recordar que el objetivo del inversor conservador no es el pelotazo a corto plazo, es sumar rentabilidad año a año preservando capital y asumiendo el mínimo riesgo posible. Mi recomendación es que no asuman más riesgos de los necesarios por buscar mayor retorno y no inviertan en aquello que no entienden. Asuman un perfil de riesgo y un ratio de insomnio que les permita dormir plácidamente por las noches. El 4% de hoy no es el 4% de antaño y los riesgos inherentes a éste tampoco lo son. Por ello la opción más racional sería reducir la barrera psicológica de la rentabilidad y no aumentar la barrera financiera del riesgo.
Los conocimientos nunca son suficientes cuando estamos hablando de la salud financiera de terceros, por lo que, si trabajas en el sector financiero, una certificación que complemente la educación previa es ideal para prestar un mejor servicio.
Cualquiera de las certificaciones emitidas por la European Financial Planning Association, EFPA son ideales para que todo profesional encargado de prestar servicios de asesoramiento financiero a clientes, así como de informar sobre productos de inversión, esté totalmente capacitado para aconsejar sobre el producto financiero que mejor se adapta a cada tipo de inversor. La certificación EFA no solo respalda la credibilidad de este tipo de profesionales sino que, además, aporta un plus de tranquilidad al inversor.
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